Boca vs. Independiente, torneo Primera División: los xeneizes golearon y quedaron a un paso del título

Un equipo de fútbol no es más que una colección de recursos, y como todas las colecciones siempre parecen incompletas. La clave es detectar cuáles son las piezas que faltan para intentar compensarlas con aquellas que uno reconoce como propias. Si el reconocimiento llega en uno de esos momentos bisagra que sirven de frontera para el ser o no ser, la virtud se multiplica por dos.

En las últimas semanas Boca había tenido muestras más que suficientes de que vive tiempos de vacas futbolísticas más bien flacas, y sus falencias lo venían empujando a una definición de campeonato sorprendentemente apretada. Y como ese tipo de problemas no se soluciona de un día para el otro, en una instancia que la temprana derrota de River transformó en trascendente decidió apelar a otras cuestiones.

El conjunto de los Barros Schelotto fue a mirar qué guardaba en el fondo del armario y de ahí rescató algunas de las cualidades que permanecen adheridas al alma del club. Se lo puede llamar personalidad, actitud, temple o elegir la palabra que se quiera, aunque quizás la mejor manera de explicar el método que encontró Boca para vivir una noche de resurrección y éxtasis fue, sencillamente, la de llevarse por delante al rival.

Salió a la cancha Independiente avanzando con el paso lento hasta el círculo central, tal como viene haciendo desde hace algunas fechas, tratando de infundir respeto desde la tranquilidad y la seguridad en sí mismo. El equipo local no lo imitó: pisó la cancha trotando largo, como si estuviera apurado por poner la pelota en juego. Pareció una anécdota, pero terminó resultando una metáfora de lo que ocurriría durante los siguientes 90 minutos.

Porque sobre todo en la primera parte, Boca siempre tuvo un segundo de ventaja sobre su adversario, llegó antes a cada cruce, fue más rápido en cada carrera, le puso más potencia a cada salto. Pero además, también trabó más fuerte las pelotas divididas, ningún jugador de azul y amarillo dejó de arrastrar su humanidad por los suelos cuando la ocasión lo ameritaba, y -si hacía falta- también hizo sentir el rigor de sus tapones ante alguna gambeta bien hecha. La presión de la Bombonera cayó además sobre el influenciable Fernando Rapallini, a través de gestos y protestas.

Sobre esas bases, el puntero del campeonato fue edificando una victoria inapelable y más necesaria que nunca, que enloqueció a su gente, disimuló los desórdenes tácticos de partidos anteriores y desvió la mirada de las cuestiones estéticas. Es cierto, encontró una oposición demasiada blanda en un Independiente cuya juventud quiso enseñar su atrevimiento y terminó mostrando los pecados que indica el DNI.

Sería una necedad decir que Boca no jugó bien después de un 3-0 contundente, de desfigurar al rival, de no pasar apuros en el fondo y crear un buen puñado de ocasiones de gol ante el inseguro Campaña. Pero sí cabe sostener que a su derrame de testosterona no le sobró nada de fútbol.

La noche contra Newell’s, dos fechas atrás, hizo girar el eje al equipo. Aquella vez el colombiano Wilmar Barrios desplazó casi a empujones a Fernando Gago del puesto de volante central, se ganó el corazón de la hinchada a puro quite y fuerza física, y convenció a los técnicos de que su ubicación como número 5 tenía sólo un camino de ida. El experimento naufragó siete días más tarde ante Huracán, pero bajo la cobertura de su público ratificó que hoy por hoy es su figura rocosa la que marca la ruta.

Barrios trazó una raya en el medio de la cancha, plantó la bandera del «No pasarán» y contagió al resto de sus compañeros, incluso pese a sus errores en los pases. Su consigna fue apretar los dientes, empujar contra el arco de enfrente a los de rojo e insistir una y otra vez hasta ganar por perseverencia, por tozudez.

No le pidan a Barrios que sea un virtuoso en la salida de la pelota (tampoco es un negado, pero sin duda prefiere la simplicidad a la brillantez), pero el efecto que produce en propios y extraños actúa como pistón para inclinar la cancha, sobre todo en días donde manda la adrenalina.

Es recién entonces cuando puede surgir con mayor firmeza el pie dúctil de Gago para orientar los pases, crece la tarea de Pablo Pérez para coser las líneas tocando de primera, y consigue brillar en todo su esplendor Darío Benedetto. El 9 es el goleador del torneo, y nada llama más la atención que sus tantos. Sin embargo, destaca mucho más por lo que menos se nota: su tremenda precisión para rebotar de primera cuando baja a recibir abriendo huecos en las defensas adversarias. Benedetto es el eslabón imprescindible por el que tienen que pasar los ataques xeneizes si quieren convertirse en productivos. Si además ejecuta con seguridad los penales (inventados por el árbitro o no), colabora en la presión y termina definiendo como en el tercer gol, mejor que mejor.

Entre unos y otros lograron rescatar a Boca del tren de incertidumbre al que se había subido en el momento preciso. La solución no estaba ni en el banco de suplentes ni en la táctica. Descansaba en el fondo del armario, formando parte del ADN de la camiseta. Como toda la vida.

 

Fuente: La Nación

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