El regreso de la violencia como recurso político

El asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán precipitó el fin de la presidencia de Eduardo Duhalde. La muerte de Mariano Ferreyra aceleró el final de la vida de Néstor Kirchner. No se sabe todavía qué costo tendrá sobre los tiempos políticos y personales de Mauricio Macri la situación de Santiago Maldonado.

Santiago Maldonado no está. Su persona no aparece. Nadie puede atestiguar a ciencia cierta qué pasó con él. Entró en la más atroz de las categorías: es un desaparecido. Para sus familiares, sus amigos y sus allegados, el sufrimiento es inenarrable. No hay peor cosa que no saber dónde está ese ser que se ama y se busca. También para el resto de la sociedad que una persona esté desaparecida es una verdadera pesadilla. Esta historia revive los peores fantasmas, remite a los tiempos más aterradores y oscuros de la historia nacional.

El caso que hoy conmueve al país se da en un contexto sin precedentes en tiempos de la democracia. Maldonado no es ni el primero ni el único desaparecido de esta etapa. Cientos de personas permanecen en esa condición en la Argentina y el Estado no ha logrado dar cuenta de ellas.

El caso de Jorge Julio López, que todavía pesa sobre la conciencia de los argentinos, es probablemente el más emblemático hasta aquí, pero reconoce un matiz. Si bien expone el fracaso de un gobierno para resguardar la vida de un testigo en peligro y, lo que es aún peor, la absoluta ineficacia para saber qué ocurrió con él, no hay en la desdichada historia de López elementos para suponer que la estructura del Estado tuvo responsabilidad activa en su desaparición.

La situación del joven militante, artesano o tatuador, como se prefiera, es distinta. El contexto de su desaparición ubica su historia en un lugar infinitamente más inquietante. Se esfuma en un escenario de protesta y represión. Hay una causa, la de los mapuches. Hay un lugar, la ruta 40, el Pu Lof de Cushamen. Hay una cantidad de antecedentes violentos: los atentados de la RAM. Hechos de baja intensidad pero en sostenido incremento. Y hay una fuerza de seguridad en acción patrullando la zona: la Gendarmería Nacional. O sea, el Estado. Por eso su situación compromete e interpela seriamente al Gobierno.

Las hipótesis sobre lo que ocurrió son varias y contrapuestas. La demora en reclamar y la pavorosa morosidad de la Justicia por aplicarse a la búsqueda de Santiago Maldonado complican la resolución del caso y suman la sospecha del encubrimiento. Cada día que pasa aleja más y más de la verdad.

La desaparición ocurrió pocos días antes de la PASO. El Gobierno minimizó el caso y no hizo más que profundizar el drama. La abulia y el desinterés para enfrentar el tema se tradujeron, como era de esperar, en una previsible instrumentación política de la tragedia.

Convertido en bandera de lucha, en pancarta militante, la vida de un muchacho comprometido e idealista deviene ícono y su búsqueda queda atravesada por la lógica de la posverdad. Lo verosímil ocupa el lugar de la verdad. En los tiempos de la comunicación digital, las redes y la viralización planetaria, bastan apenas horas para consagrar como verdad absoluta una explicación verosímil a una pregunta que no tiene respuesta.

¿Dónde está Santiago Maldonado? Para algunos es claro que se lo cargó la Gendarmería, para otros, que fue herido por un puestero atacado por la RAM y escabullido hacia quién sabe dónde. En las redes se libra una batalla feroz por instalar como verdad hechos hasta este momento incomprobables. Hasta donde se sabe, no hubo rastrillajes a fondo para dar con su paradero. La inacción o la ineficacia del Estado sólo alimentan la polarización de las explicaciones a un hecho que permanece en la oscuridad.

Una marcha multitudinaria y legítima que cursa en absoluto orden y tranquilidad termina empañada por el vandalismo y el descontrol. Con 23 heridos y 30 detenidos. Con destrozos por varios millones, con bombas molotov contra la Gendarmería en El Bolsón y apedreamientos en el Círculo de la Gendarmería. Así terminó el viernes y la anunciada «semana de la agitación».

Si los que ejecutaron esta violencia son instrumentados desde el kirchnerismo o la izquierda, como supone el Gobierno, o si son infiltrados, como se sugiere desde el búnker K, será otro de los enigmas del momento. Un clima de enfrentamiento y banalización de la verdad hizo posible este extemporáneo regreso de la violencia como recurso político.

Lo peor que puede pasar es que nunca se sepa qué pasó con Maldonado. Los que lo conocieron y lo quieren conservan la esperanza de encontrarlo con vida. La gente de buena voluntad que habita este país y que hizo parte de su conciencia ética el «nunca más», también. Pero hay quienes prefieren que la aparición con vida de Santiago Maldonado siga siendo una consigna política de aquí en más.

Fuente: Infobae.com    Mónica Gutierrez

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