Macri, el Papa y una distancia sin justificaciones

Algunos amigos de Mauricio Macri (y otros críticos del Papa) dicen en estos días que Francisco no viene a la Argentina porque no lo quiere al presidente argentino. No le hacen un favor a Macri. En primer lugar, porque es difícil encontrar una referencia histórica que explique la supuesta aversión del Pontífice al jefe del gobierno nacional. En segundo lugar, porque el Presidente se reintegró a sus menesteres oficiales con la noticia de una caída importante en los índices de medición de su popularidad y la de su gobierno. También lo recibió la noticia de que el peronismo no estaba dispuesto a ayudarlo en eventuales sesiones extraordinarias del Congreso durante el mes de febrero. ¿Para qué le agregan entonces una suposición negativa a datos adversos que son comprobables?

El papa Bergoglio y Macri no son dos desconocidos. Durante seis años, ambos tuvieron sus oficinas a menos de 50 metros, sobre la Plaza de Mayo. El entonces cardenal era el arzobispo de Buenos Aires y Macri era el jefe del gobierno capitalino. Tuvieron una relación cordial mezclada con algunos desacuerdos esporádicos. La mayoría de esos problemas se resolvieron en privado. De hecho, luego de ser elegido papa, y pocos días antes de la ceremonia de su asunción como jefe universal de la Iglesia Católica, Bergoglio lo invitó personalmente a la misa de entronización porque Cristina Kirchner, entonces presidenta, no lo había incluido en la delegación oficial argentina. Fue la delegación más numerosa, pero sin Macri.

Foto: LA NACION

Es cierto que luego se interpretó y se reinterpretó el gesto del Papa en la primera visita oficial que Macri le hizo como presidente, en febrero de 2016. Pero en julio de ese mismo año, en un reportaje concedido a LA NACION, el Pontífice aseguró: «No tengo ningún problema con el presidente Macri. Es una persona noble». Agregó algo más: «No hay ninguna explicación en la historia para que se diga que yo tengo un conflicto con Macri».

Incluso, la comparación de los telegramas que les envió a Macri y a Cristina Kirchner desde el avión tiene un dato significativo. Nada hay en el telegrama a Macri que indique un reclamo de algo. En cambio, en el telegrama a Cristina, cuando volaba de Bolivia a Paraguay, colocó una frase en la que la instaba a «acrecentar el compromiso para la justicia y la paz». Justo en esos días sucedía en Buenos Aires una fuerte embestida del gobierno cristinista contra la Justicia. Fuentes vaticanas inmejorables señalaron en su momento que esa alusión no había sido casual.

Dejemos, entonces, al Presidente con sus problemas locales. El problema nuevo que tiene Macri -tiene también otros que ya son conocidos- es que las últimas mediciones le han sido adversas. Los resultados del contraste entre los índices actuales de popularidad del gobierno y del propio presidente con los que tenían en noviembre son notables. Pero ¿es justo comparar la situación actual con la poselectoral, cuando Macri venía de ganar en las elecciones de fines de octubre?

Es más razonable detenerse en la caída que sufrió entre diciembre y enero. La buena imagen de su gobierno cayó 6 puntos. Pasó del 54 al 48 por ciento. Con este porcentaje último sigue siendo el presidente latinoamericano mejor valorado por su sociedad.

Con todo, ¿qué empujó esa caída? Las mediciones señalan que no varió, de manera significativa al menos, la percepción de la economía. Los problemas podrían ser de categoría sociopolítica. Es más que evidente que la reforma previsional provocó un generalizado rechazo entre los opositores, pero también entre sus votantes.

El discurso opositor que describió una catástrofe previsional se instaló mucho mejor que el del oficialismo. Debe agregarse, además, que los episodios de una violencia inédita en los alrededores del Congreso despertaron una crítica general de la sociedad. Y culpó de ellos tanto al Gobierno como a la oposición.

Según Patricia Bullrich, el lunes 18 de diciembre se tiraron 14 toneladas de piedra contra las fuerzas de seguridad. La ministra de Seguridad aseguró que la intención de los revoltosos era tomar el edificio del Congreso. La reforma previsional, tanto su contenido como su trámite parlamentario, parecen haber incidido más en el malhumor de sectores de la sociedad que los aumentos de servicios públicos, infieren los analistas de opinión pública.

Lo cierto es que el peronismo tomó nota de que Macri ya no es el poderoso político poselectoral. Según el habitual juego de la política, el peronismo lo notificó de que no está dispuesto a ayudarlo a mejorar su imagen y la de su gobierno. «La oposición ayuda a gobernar a los otros, pero no a que crezcan», señaló un destacado dirigente peronista.

La cuestión postergada más importante con la decisión de no convocar al Congreso a sesiones extraordinarias en febrero fue la reforma laboral. Esa reforma la frenó mucho antes el clan Moyano. Tenía la aprobación de los tres secretarios generales de la CGT, incluido el delegado de Hugo Moyano, pero el hijo de este, Pablo, provocó un descalabro cuando dijo que se trataba de «otra ley Banelco», en alusión a los sobornos en el Senado durante la gestión de la Alianza. Todos los senadores se espantaron. Aquel escándalo de hace 18 años decapitó a toda una generación de senadores peronistas (y también radicales).

¿Fue Pablo o fue Hugo Moyano el promotor del boicot? El ministro de Trabajo, Jorge Triaca, habló varias veces con Moyano padre, pero este lo paseó por un paisaje de medias palabras que no decían nada. Fue inútil que intentara que Moyano el viejo rectificara a su hijo. El caso terminó en una patética fotografía de la fragmentación de la dirigencia sindical, que expresa también lo que sucede en el peronismo.

Para peor, después empezaron las investigaciones judiciales sobre jerarcas sindicales, cargados de fortuna, de armas y, en algún caso, de drogas. Los dirigentes sindicales nunca creen que el origen de sus problemas son sus pecados. Solo una conspiración posible (o inverosímil) les explica a ellos que los pecados que cometen salgan a luz.

La mejor expresión de esa eterna paranoia fue Luis Barrionuevo, quien directamente amenazó a Macri con tumbarlo si sigue investigando a los dirigentes gremiales. El problema de Barrionuevo es su brutal sinceridad, que siempre termina convirtiendo en víctimas a quienes ataca. Entre Barrionuevo y Macri, ya que hablamos de encuestas, ¿con quién se quedaría la mayoría de la sociedad argentina? La respuesta es obvia.

Otra pregunta pertinente es si a Macri le conviene una CGT atomizada. Es comprobable que una central obrera en manos de Moyano padre agiliza las cosas, las hace más previsibles y acorta las engorrosas negociaciones internas. El obstáculo para pensar en un proyecto de esa naturaleza es que los propios Moyano están siendo investigados por la Justicia por presunto lavado de dinero.

Sin sindicatos y con el peronismo en actitud de tomar distancia, la primera necesidad del Presidente es convertir aquella noticia sobre encuestas adversas en un hecho aislado y no en una tendencia. En las últimas mediciones tuvo una sola buena noticia: nadie en la oposición recogió lo que el oficialismo perdió.

Fuente: La Nación     Joaquín Morales Solá

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