De la grieta de Cristina a la grieta de Francisco

Vivimos un conflicto con el Papa mucho más grave del que tiene el mundo, somos más duros porque lo sentimos nuestro o porque se convirtió en un cuestionador privilegiado de nuestra decadencia. Con o sin Papa argentino, somos uno de los pocos países del mundo que arrastra cuatro décadas de indiscutible caída. Y dos años de un gobierno distinto donde la necesaria esperanza en lo nuevo, poco o nada se corresponde hasta ahora con los datos de la realidad.

Participé activamente en el anterior campeonato de «la grieta» enfrentando al duro equipo de Cristina. Creo recordar que fuimos vencedores, o no tanto, ya que el que ganó no se sentía muy a gusto con nuestro apoyo; no valoraba a los aliados. El director técnico de ellos era Ernesto Laclau, el de los nuevos gobernantes es Loris Zanatta; ocupaba Jaime Durán Barba el lugar de aguatero.

Ahora la guerra es otra, la intolerancia ataca contra el Papa. Sería «ateos contra creyentes y peronistas», y los jugadores están mezclados: hay varios de mi equipo de ayer que forman parte del enemigo de hoy. Mentíamos, decíamos enfrentar a Cristina para superar el odio del que ella era portadora. Sucede que hoy ese mismo odio está presente en la nueva batalla. Ella odiaba con ganas, como los que gobiernan ahora. No son solo ateos, común entre los humanos, sino militantes de esa causa que uno no sabe si les viene de la pretenciosa masonería, del viejo materialismo dialéctico o solamente de la fe en la concentración económica.

Imagino que a muchos les surge de su impotencia de hacer una sana autocrítica, recordarán: «La religión es el opio de los pueblos», restos del marxismo, del materialismo y del consumo, del barrio cerrado y la tarjeta de crédito. Un Papa nacional y popular es una afrenta más sobre nuestra racionalidad derrotada. Tanta soberbia intelectual para terminar trascendiendo a la humanidad por un sacerdote, un simple cura y algunos jugadores de fútbol. Porque pensadores que nos trasciendan no tenemos ninguno, apenas alcanzan para el consumo casero y hasta en ese espacio se nos quedan cortos. Eso explica que contraten a Zanatta, un jugador extranjero más enamorado de la patada al tobillo que del talento deportivo.

Me enoja el hecho de haber saltado de la grieta de Cristina a la grieta del Papa sin descansar, sin tomarnos unos días de vacaciones del odio, sin siquiera una siesta que desdramatice la agresión. El Papa le habla al mundo, el mundo admira al Papa y desde aquí, desde los que deberían festejar este regalo de un Papa propio, salen los alaridos exuberantes de los ateos liberales y los católicos ricos. Gritan pero no trascienden, debe ser duro para estos acumuladores de divisas y soberbia enfrentarse con la fe de los humanos, un valor que ni tienen y ni siquiera comprenden.

(Reuters)

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Hace años, muchos, llegué a España y le pregunté al taxista: «¿Qué tal Franco?». Me respondió con bronca: «Tiene un problema con Dios». Inocente, volví a interrogarlo y me respondió categórico: «Porque si Dios existe, tiene miedo a lo mal que lo va a pasar».

La fe es también un derecho. Asusta que se sientan tan molestos con la fe de los que creemos. Decían ser demócratas, parece que solo con los que piensan como ellos. Son intolerantes, demasiado, para poder convivir con los que opinan diferente.

El Papa encara las luchas más difíciles, Chile fue una de ellas. Tiene convicciones y las sostiene. El Papa es duro cuando hay elementos en las denuncias, pero no se deja llevar por la imposición. Cuestiona al liberalismo, a esa moda que con el cuento de enfrentar al populismo defiende la concentración económica de los grandes grupos, una ideología que no quiere limitaciones a su ambición. Y hoy la Iglesia tiene en eso más vigencia que las viejas y derrotadas izquierdas.

Hubo visitas muy exitosas como los Estados Unidos y las grandes tribunas de la humanidad. Es una Iglesia que cuestiona y moviliza, que ocupa un lugar donde la espiritualidad enfrenta al materialismo, donde defender a los necesitados es atacar los grandes negocios. Somos de los pocos países del mundo donde lo que crece es la pobreza y desde hace cuarenta años, y no setenta, que no es lo mismo. Y se juntan los ateos con los católicos ricos, codo con codo, no sea que la fe cuestione la injusticia, no sea que alguien les señale las miserias que engendran sus riquezas. El Papa tiene aciertos y comete errores, pero no detiene su voluntad indeclinable de convertir a la Iglesia en un cuestionador de la injusticia. Y eso duele y solo por eso gritan.

Materialistas, de los negocios o del marxismo, parecidos en los resultados. Cristo echó a los mercaderes del templo. Caído el marxismo, las religiones son hoy, junto con las identidades culturales, el último escollo a la nueva esclavitud colonial. La fe y la ecología enfrentan a la explotación de los hombres y los recursos naturales. El Papa los increpa, no me imagino que se enojen para discutir la vida eterna, solo están desesperados por defender la atroz injusticia que engendraron en esta. Lo demás son detalles.

Los que adoran al becerro de oro recuerdan que echó a los mercaderes del templo. Los ricos de hoy dicen no tener nada que ver con la miseria. Solo el decirlo suena a pecado. Cómo no enfrentar al Santo Padre.

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