Una disputa que neutraliza el prejuicio de que se gobierna para los ricos

Primero, sindicalistas. Después, Iglesia. Ahora, industriales. Que pase el que sigue. El Gobierno ha lanzado una nueva contradicción. Esta vez, con el empresariado. El incendio parece haberse iniciado por casualidad. Francisco Cabrera, el ministro de la Producción, respondió a algunos quejosos hombres de negocios pidiéndoles que inviertan y dejen de llorar. Ese comentario ingresó al canon oficial cuando Mauricio Macri elogió a Cabrera en una reunión de gabinete. E hirió un poco más: «A muchos de esos tipos [Guillermo] Moreno les rompió la cabeza. Algunos empresarios se merecen un Moreno».

La tensión entre Macri y la industria no es novedosa. Es habitual que el Presidente se refiera a ese sector como un obstáculo, más que como un motor, para alcanzar el objetivo central de su programa: impulsar el crecimiento a través de la inversión en un marco de mayor competitividad. Algunos líderes de grandes compañías lamentan la estrategia oficialista. Uno de ellos, que viene de realizar caudalosas inversiones energéticas, comentaba así las declaraciones de Cabrera: «Este es un gobierno que, como necesita inversiones, tiene que cuidar a las empresas como yo cuido a mis clientes. Pero ellos no convocan. Y eso impide que nos digan qué pretenden y que les digamos qué pretendemos nosotros».

Para Macri la contradicción es conocida. Su padre ha sido un emblema dentro de su clase. Su tío, Jorge Blanco Villegas, a quien él recuerda con veneración, fue presidente de la UIA. Y su «hermano de la vida», Nicolás Caputo, es un ensamblador de electrónicos superprotegido por la escandalosa promoción de Tierra del Fuego. Macri sabe de qué habla.

Fuente: La Nación     Carlos Pagni

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