Aborto: un paso que va en la dirección correcta, medio a regañadientes

15 de junio de 2018  

Jóvenes y urbanos. Fueron ellos, especialmente ellas, quienes tensaron el músculo que llevó a la sociedad argentina a reclamar que sobre las mujeres que interrumpen su embarazo ya no se ejerza una amenaza penal. Y ayer la Cámara de Diputados aceptó, medio a regañadientes, que no podía ya desconocer esa exigencia, que no podía, por octava vez, hacer que todo tuviera que recomenzar el año próximo.

En los dos meses de presentaciones, en las 22 horas de debate, se consiguió, pese a todo, ejercitar algunas de las mejores virtudes de la democracia. Pero también se debió padecer la extorsión emocional de muchos que no entienden que las leyes se defienden con razones públicas y con argumentos.

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Quienes se opusieron al proyecto fundaron su rechazo antes en emociones que en razones. No debe extrañar: existen pocos argumentos -si es que hay alguno- que permitan sostener que es mejor que los abortos sean clandestinos. La clandestinidad produce dos opciones: el mercado ilegal para quienes pueden acceder a él; las complicaciones y el sufrimiento para quienes no pueden pagar, o pueden pagar prácticas insalubres e inexpertas.

A quienes se oponían les resultó difícil comprender que nadie estaba decidiendo si las mujeres realizarían o no abortos; solo se decidía en qué condiciones esos abortos se van a realizar y que cualquier alternativa es mejor que la ilegalidad.

Jóvenes y urbanos: es grande la tentación de ver, allí, una imagen de un futuro más abierto, dinámico o, para usar una palabra de contornos borrosos, moderno. A juzgar por los diputados que los acompañaron, verlo así es un error. La coalición de votos a favor de la despenalización es variopinta y contradictoria. Salvo algunos diputados y diputadas, realmente extraordinarios, está mayormente integrada por personas que son, en casi todos los demás aspectos de la vida pública, conservadores cuando no directamente reaccionarios: nacionalistas, enamorados de un país cerrado sobre sí mismo, con vocación autoritaria o cuando menos unanimista.

Y entre quienes votaron en contra, muchos se consideran a sí mismos liberales, pero bajo esa categoría solo expresan su afecto por el mercado, pero ninguno por la autonomía individual que es la verdadera fuente del liberalismo político. Esas contradicciones son, inevitablemente, las de la sociedad argentina. Una sociedad que se hace una promesa de contemporaneidad que incumple una y otra vez. Una sociedad en la que los empresarios le temen a la competencia, los liberales a la libertad, los autodenominados progresistas bloquean, como lo hicieron durante doce años, el tratamiento de una ley a la cual se trepan como si carecieran de historia.

Una sociedad que no consigue avanzar y que, sin embargo, de vez en cuando, como ayer, da un paso en la buena dirección. Impulsado por mujeres jóvenes, urbanas, educadas. Quizá, si lo consiguen, hagan que el futuro sea mejor que el presente que pudimos proponerles.

Ensayista y profesor de la Universidad de Buenos Aires

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