No hay margen de error: la hora de las reformas profundas

Argentina es una continua decadencia desde hace setenta años, sufriendo cada determinada cantidad de años violentas crisis estructurales que siempre tienen su explicación en las mismas causas: un brutal déficit fiscal subsanado con grandes dosis de emisión monetaria o endeudamiento externo y un desenlace siempre acompañado de un mismo escenario: hiperinflación o crisis de deuda. No hay margen de error.

Cuando el Gobierno actual asume el poder, allá por finales del año 2015, el panorama era desolador: 6,2% de déficit fiscal primario (sin tener en cuenta los pagos de deuda), no había acceso a los mercados de crédito (estábamos en default, mientras el gobierno de aquel entonces festejaba como éxito propio el supuesto desendeudamiento argentino), un cepo cambiario que había pulverizado la actividad económica, el comercio exterior y las libertades, y un sobrante monetario que hacía que en el corto plazo que se avizorara una nueva crisis de magnitudes similares a la que venimos sufriendo en las últimas décadas.

Las razones por la que la crisis no tuvo consecuencias colosales como la del año 2001 o la crisis de finales de los años 80 fue simplemente porque el nuevo gobierno rápidamente solucionó el cepo cambiario, el Banco Central (BCRA) retiró parte del sobrante monetario y, por sobre todas las cosas, se regresó a los mercados internacionales en un contexto internacional sumamente favorable que implicó dos cosas: muchos dólares y tasas de interés razonables. Nadie pensó que solo era una circunstancia: todo se creyó eterno.

Dejar en manos de la buena voluntad de los mercados internacionales los destinos de la Argentina fue a las claras un error enorme. No haber realizado (amparados en la bandera del gradualismo) las reformas y el ajuste necesario tenía un final cercano: durante 2018 el mercado internacional (entre la desconfianza y la suba de interés en Estados Unidos) se retiró de los países riesgosos como la Argentina, lo que implicó que un día esa leyenda que hablaba de la bondad del mundo para con nuestro país se había esfumado por completo: el dólar duplicó su valor en poco tiempo, se tuvo que recurrir al FMI como prestamista de última instancia y se debió hacer un ajuste brutal para eliminar el déficit fiscal primario, que más que un ajuste enfocado en la baja del gasto público fue un ajuste que tuvo como destino la víctima de siempre: el sector privado. Más impuestos para un sector que no da más.

Hasta aquí no es más que una breve descripción del camino que hemos recorrido y el que nos ha llevado a estar frente a una gran encrucijada: la gran crisis de 2015 no la hemos evitado, solo logramos retrasarla. En el mientras tanto, hemos aumentado la pobreza, la inflación y hemos destruido riqueza, pero Argentina sigue con vida (en terapia intensiva, pero con vida). El déficit cero es solo relevante si la carga impositiva es baja. Con la presión impositiva argentina el sector privado no puede generar riqueza, ni empleo ni aportar más recaudación, sino, por el contrario, en un panorama recesivo, los efectos serán exactamente los contrarios. Sin baja de impuestos tampoco podremos generar inversiones y, con ellas, dólares genuinos: no hay financiamiento externo y en el 2020 se terminan los fondos de FMI, los que utilizaremos (en caso de cumplir con la meta de déficit cero) para pagar nuestros compromisos de deuda. Sumado a esto, nos espera por delante un 2019 con elecciones y con ellas el fantasma del regreso populista que podrá generar que los dólares que hoy están en la Argentina emigren hacia mejores horizontes y tarden mucho tiempo en regresar.

El panorama es al menos preocupante y sin mucha más solución de corto plazo por delante. Argentina evitará un nuevo colapso solo si efectúa profundas reformas que vayan en el camino de achicar drásticamente los gastos del Estado, en favor de descomprimir la presión impositiva que hoy recae sobre el sector privado y, junto a estas reformas,recuperar la credibilidad, que es lo único que permitirá que las expectativas no sean otras que las de un nuevo fracaso por delante.

Fuente: Infobae.com

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