Lavagna y la nueva guerra del cerdo

(Foto: Gustavo Gavotti)
(Foto: Gustavo Gavotti)

El diario de la guerra del cerdo es un clásico de la literatura. La novela de Adolfo Bioy Casares tiene de protagonista a un jubilado que un día despierta y descubre que los jóvenes decidieron atacar a los viejos. La narración, claramente, no es amable con la ancianidad. La presenta como lo execrable y repulsivo en la antesala de la muerte. «En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser», describe Bioy Casares la psicología del agresor.

El libro llegó al cine de la mano de Leopoldo Torre Nilsson y el reproche a los mayores abunda en los diálogos. «¡Yo me pregunto qué clase de corazón tienen, qué herencia nos dejaron, qué hicieron por nosotros! ¡Cerdos! ¡Sí, señor, cerdos, basuras!», dice uno de los protagonistas en la cruzada contra los veteranos.

El recuerdo viene a cuento por la manera en que sectores de la sociedad vituperaron una eventual candidatura de Roberto Lavagna. La mayoría de las observaciones ocurrieron en privado, pero algunas otras, en público. Desde el oficialismo la más dura fue Elisa Carrió. «Yo competí con Lavagna y él ya era grande. Hay que dejarles lugar a las nuevas generaciones», expresó. La líder de la Coalición Cívica se refería a las elecciones del 2007, en las que Lavagna fue candidato a presidente acompañado en una fórmula por el radical Gerardo Morales.

Sergio Massa también puso el tema sobre la mesa al asegurar que «por edad y energía» él se consideraba en su mejor momento para sacar adelante el país, lo que pudo leerse como una manera tácita de bajar la cotización del economista y competidor directo, ya que ambos integran el mismo espacio.

Algunos analistas políticos fueron más concesivos: lo consideraron un candidato competitivo, ya que, por la edad, no podría ser presidente más que para un solo mandato, y eso lo volvería atractivo para una solución contingente.

Esta columna no trata de determinar si Lavagna es buen o mal aspirante presidencial, si tiene buenas o malas ideas, si hay que apoyarlo o darle la espalda. Eso es harina de otro costal. El propósito es defender a los llamados viejos, utilizando como ejemplo al economista por su irrupción en la escena pública.

¿Qué significa ser viejo? ¿A qué está inhabilitada una persona mayor? ¿Quién establece que los jóvenes son más aptos para determinadas actividades? El mundo cambió. Las expectativas de vida se modificaron. Hoy la gente vive más. Es más longeva. Y llega a lugares de responsabilidad a una edad más avanzada.

Se puede especular si Lavagna tiene ganas de lanzarse a la competencia o si se está prestando a un juego de marketing, si tiene vocación de suceder a Mauricio Macri o si oficia de anzuelo en busca de votos para el espacio del peronismo que lo cobija. Pero descartarlo de plano por ser mayor parece más bien un acto de defensa de aquellos que le temen, y denota el deseo de sacarlo de un partido al que aún no se sabe si el propio ex ministro está dispuesto a jugar.

Lavagna tiene 76 años. En marzo cumple 77. Ya no puede aspirar a la primera de Independiente, equipo del que es hincha. ¿Pero es viejo para ejercer un cargo público?

Este mismo debate se dio en México porque Andrés Manuel López Obrador, a los 65 años, se convirtió en el hombre más grande en llegar a la presidencia de ese país en lo que va del siglo XX y XXI.

En el mundo hay decenas de ejemplos de gobernantes mayores, incluso a los 90 años.Mahathir Mohamad, quien se convirtió en primer ministro de Malasia el 10 de mayo del año pasado, tiene 93. Robert Mugabe, también de 93 años, fue destituido en 2018 de la presidencia de Zimbabue. Beji Caid Essebsi, a sus 92 años, es el primer mandatario de Túnez. Shimon Peres ejerció la presidencia de Israel con más de 90 años.

En América uno de los ejemplos más cercanos es el de José Mujica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015. Tenía 75 años al momento de asumir el poder. En los Estados Unidos, Donald Trump tomó el mando con 70 años.

Hasta la monarquía, con Isabel II del Reino Unido, y la Iglesia Católica, con el papa Francisco, de 92 y 82 años respectivamente, ofrecen evidencia de que administración de poder y edad pueden ir de la mano.

En la cultura oriental las personas mayores son pilares de la sociedad. Al viejo se lo asocia con la experiencia y la sabiduría. En Occidente, muchas veces es discriminado, se lo emparenta con la debilidad y se lo considera un estorbo.

Lavagna puede ser centro de innumerables polémicas por su trayectoria, sus ideas, su vínculo con los grupos económicos, sus aires de arrogancia, su mote de «esperanza blanca» y hasta por combinar sandalias con medias. Pero criticarlo por viejo es una suerte de veto o censura que no tiene asidero, a no ser que nuestra sociedad pretenda reeditar la guerra del cerdo.

Fuente: Infobae.com      Diego Schurman

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