Por qué los candidatos a vicepresidente también deberían debatir

La deliberación no debería ser, en el siglo XXI, una mera posibilidad de la democracia, sino uno de sus elementos esenciales.

En una obra publicada después de su muerte, La construcción de la democracia deliberativa, el gran jurista Carlos Nino analizó en profundidad ese concepto, que había sido ya acuñado, pero que él desarrolló con el talento que le era propio.

Para Nino, la toma de decisiones en democracia debe basarse en el intercambio franco de argumentos. De esa forma, al contrastarse entre sí, las razones de unos y otros permiten ir dejando de lado las proposiciones erróneas. El proceso deliberativo va mejorando los argumentos, los va acercando a la verdad. Es lo que él denominaba una concepción epistémica del debate democrático.

Por cierto, para que ese ideal funcione se requiere que los diversos actores deliberen en forma sincera, con el espíritu abierto, dispuestos a cambiar de posición si los argumentos de los otros son más convincentes que los que ya traían al debate. Nada hay más alejado de esa concepción que la grieta, una situación en la que es imposible el diálogo porque no se trata de convencer a quienes piensan distinto, ya que estos son por definición la encarnación del mal.

Pero si en la Argentina cuesta en muchos casos afrontar ese diálogo democrático entre los dirigentes, es un deber inexcusable que los políticos expresen con la mayor claridad sus ideas frente a la sociedad. Ese deber adquiere la mayor intensidad cuando se trata de candidatos a cargos electivos y en especial si aspiran a la presidencia de la Nación.

La Argentina no tiene una rica tradición en la materia, a diferencia de los Estados Unidos, donde los debates televisados se remontan al que protagonizaron John F. Kennedy y Richard Nixon el 26 de septiembre de 1960. Ese intercambio originó una práctica que se fue consolidando con el paso de los años. Son debates voluntarios, pero a ningún candidato se le ocurriría rehuirlos. No hace falta la amenaza de ninguna sanción legal. El repudio social es suficiente para desalentar cualquier omisión de ese deber cívico.

Entre nosotros, como no se ha desarrollado esa tradición, se pensó que la ley debía establecer la obligatoriedad de los debates. Esa es ahora la norma vigente, pero la obligatoriedad, en las elecciones presidenciales, solo alcanza actualmente a los candidatos a presidente. Junto a Fernando Iglesias y otros diputados hemos presentado un proyecto de ley para que también sea obligatorio el debate entre candidatos a vicepresidente.

Nos parece que esos debates son también de enorme importancia. Si bien los vicepresidentes tienen como función permanente la presidencia del Senado, reemplazan a los presidentes en caso de ausencia temporal o definitiva. Son, entonces, presidentes en potencia. Y aún sin llegar a situaciones de acefalía ejercen un poder considerable. Por algo votamos fórmulas, no solo candidatos a presidente.

Si esto es así como regla general, en las elecciones de este año la necesidad de esos debates se justifica mucho más. En efecto, asistimos a un fenómeno curioso: el candidato que más votos obtuvo en las PASO no es el jefe político de la agrupación por la que se presenta. La jefa de ese sector es, a todas luces, la candidata a vicepresidente, quien –en un hecho inédito- le ofreció a aquel la candidatura e informó a la ciudadanía acerca de esa designación.

Ella tendrá en el eventual gobierno de Alberto Fernández, entonces, un protagonismo mayúsculo. Sin embargo, no solo no debate, sino que ni siquiera se presta a reportajes. Es una candidata escondida, que se mueve detrás de la escena. Los argentinos tenemos derecho a conocer sus ideas y propuestas. Queremos saber de qué se trata. No queremos dar cheques en blanco. Exigimos que se nos trate como adultos. Tenemos derecho a que nuestro voto exprese un consentimiento informado.

Sería deseable, por lo tanto, que se aprobara el proyecto de ley que presentamos. Y si no hay mayoría en el Congreso para que se apruebe ahora, por lo menos creemos indispensable que el debate entre candidatos a vicepresidente sea voluntario. Si algún candidato se niega, será una mala señal. Sabremos que algo (o mucho) tiene que ocultar.

El autor es diputado nacional por CABA (Cambiemos- PRO).

Fuente: Infobae.com

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