El dilema de Fernández

La primera regla de las relaciones internacionales es no utilizar las cuestiones externas para hacer política interna. Los intereses nacionales guían la política internacional; los de un partido, la política nacional. Pero ya nadie la cumple. Cada vez más, globalización y revolución de las comunicaciones mediante, la política internacional se confunde con la nacional. Y puede hacer estragos cuando un país menos poderoso termina influyendo en uno más grande. Al comenzar el Mercosur, en 1994, el producto bruto de Brasil (558 mil millones de dólares) era el doble del de Argentina (257 mil millones), mientras que hoy lo quintuplica: Brasil 2 billones y Argentina 432 mil millones. Cada 1% que crece o decrece la economía brasileña hace aumentar o perder 0,25% al total de la economía argentina. Por obvias cuestiones de cercanía, y tamaño, México nunca podría compensar a Brasil en Argentina. Tanto en el producto bruto como en la población, Brasil es casi el doble de México, y ni que hablar del territorio: Brasil es seis veces México, incluso Argentina tiene una vez y media los kilómetros cuadrados de México. El viaje a México sirvió para acercarse a Trump pero no para traer a López Obrador al Grupo de Puebla demás, por su frontera con Estados Unidos y ubicación en el hemisferio norte, México mira mucho menos al Sur de lo que Sudamérica mira al Norte. El Grupo de Puebla lleva el nombre de la ciudad mexicana porque allí realizó su encuentro fundacional, pero México está subrepresentado y ni siquiera el viaje de cinco días de Alberto Fernández junto con el fundador y factótum del Grupo de Puebla, Marco Enríquez-Ominami, logró que Andrés López Obrador se sumara al grupo. La realización del segundo encuentro del Grupo de Puebla en Buenos Aires el mismo día que Lula era liberado en Brasil aumentó el carácter anti Bolsonaro de la reunión y arrastró a Alberto Fernández a profundizar la confrontación con el actual gobierno de Brasil. Al día siguiente, Lula dio su segundo discurso en libertad en la sede del Sindicato Metalúrgico de San Pablo, y no solo cargó aún más las tintas contra Bolsonaro y su ministro Moro sino que incrementó su beligerancia al sumar a sus críticas al superministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, en un gesto claramente electoral. Sin ser consciente ni quererlo, es probable que Alberto Fernández haya sido empujado a un camino sin retorno donde ya no haya forma de recomponer relaciones con Bolsonaro y el gobierno de Brasil, y le quede poco más que apretar los dientes. Bolsonaro será presidente de Brasil hasta el 1º de enero de 2023, prácticamente todo el mandato de Alberto Fernández, una asincronía entre Argentina y Brasil que no tiene antecedente desde la recuperación democrática, cuando ambos países con más o menos un año de diferencia compartían el mismo ciclo político y económico. En los dos países hubo dictadura militar y llegada de la democracia, hiperinflación y convertibilidad, privatizaciones y planes de asistencia universal, fin del ciclo populista y llegada de gobiernos de centroderecha. Pero por primera vez a partir del triunfo de Alberto Fernández el paralelismo de los grandes países atlánticos de Sudamérica se rompió. Pero no solo por la oposición de Bolsonaro con Alberto Fernández sino, más aún, por la política del superministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, quien a la reforma laboral aprobada le sumó la previsional, va por la tributaria y agrega una ola de privatizaciones que, de salirle mal, terminaría con un caos de violencia superior al de Chile pero, de salirle bien, sacaría a Brasil de Latinoamérica para colocarlo como la potencia mundial que siempre soñó ser, en la “zona” del BRIC, junto a India, Rusia y China. Guedes es quizás el último alumno de la escuela económica de Chicago, universidad en la que se formó en los años 80, cuando las ideas antikeynesianas de su Premio Nobel Milton Friedman tenían éxito en la Inglaterra de Margaret Thatcher, el Estados Unidos de Ronald Reagan y el Chile de Pinochet. ¿Puede tener éxito en Brasil el “neoliberalismo” que fracasó en Argentina y acumuló tal grado de insatisfacción popular en Chile? Nadie podría responderlo, porque siempre es posible que las diferencias de escala de un país continental como Brasil produzcan consecuencias muy distintas tras la aplicación de una política económica que fracasó en otros contextos. Paradójicamente, lo mejor que le podría pasar a Alberto Fernández es que Bolsonaro, sin salirse del Mercosur, tuviera éxito, aunque eso dificultara el regreso de Lula y la izquierda al gobierno de Brasil. Si por el contrario Paulo Guedes fracasara y se produjera una crisis económica como la de Macri en Argentina, que facilitara el regreso de la izquierda al gobierno de Brasil, recién podría aprovechar un sincronismo ideológico entre Argentina y Brasil quien suceda a Alberto Fernández en 2023 o él mismo si fuera reelecto. Pero para lograr un segundo mandato Alberto Fernández precisaría un éxito económico que el fracaso de Brasil le dificultaría. Lula se apoya en el Grupo de Puebla para su principal lucha: ganarle a Bolsonaro en las próximas elecciones En compensación al dilema brasileño, Alberto Fernández recibe mejores señales de Estados Unidos y de Francia, líder del acuerdo con la Unión Europea, que las que podría esperar. Tanto Trump como Macron tomaron la iniciativa de llamarlo, facilitándole la vida. Con Piñera herido y Bolsonaro amenazado, Trump podría precisar más a Alberto Fernández. Equilibrio será el atributo clave que precisará Alberto Fernández. Equilibrio con Cristina Kirchner, con Trump, con Bolsonaro, con Lula y con Venezuela. Un equilibrio que no signifique la inmovilidad de cuando actúan dos fuerzas encontradas que se compensan y se destruyen mutuamente. Un equilibrio dinámico que le permita avanzar. No comenzó a gobernar y los desafíos le crecen día a día.

Fuente: Perfil.com     Jorge Fontevecchia

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