Grieta: Alberto no debe caer en la trampa (los periodistas tampoco)

No me siento cómodo firmando solicitadas. No sé cuántas veces lo hice, pero fueron pocas. Quizá porque vivo pensando cada palabra que escribo, y es difícil que un texto escrito por otros me represente totalmente. O porque temo encontrarme compartiendo firma con personas con las que no elegiría hacerlo. No digo que las solicitadas no tengan un valor, solo que temo que luego se utilicen con una intencionalidad distinta a la que uno puede haber tenido al momento de suscribirla. Solicitadas. Por eso no me decidí a firmar una solicitada que el domingo pasado aparecí firmando (seguramente un malentendido involuntario de la persona que me envió el mensaje). Pero podría haberlo hecho si no fuera por las aprensiones que mencioné. El texto que firmaron más de 300 colegas rechazaba “las campañas de difamación pública y presiones”, los “escraches” e “insultos”, y recordó que “la pluralidad de ideas y voces y la tolerancia con el que piensa distinto son claves de la democracia que reconquistamos en 1983”. Se venía de días picantes entre políticos y periodistas. El diputado macrista Fernando Iglesias había denigrado a una redactora de este diario y a esta editorial. Cristina Kirchner venía de difundir dos videos en los que se quejó –con razón– de que instituciones del Estado habían dejado trascender ilegalmente sus conversaciones telefónicas con su secretario Oscar Parrilli. Pero también escrachó a periodistas a los que acusó de complicidad con supuestos ilícitos del anterior gobierno. Si el Presidente cree que con odio no hay futuro, entonces no debe hacerles el juego a los odiadores Al mismo tiempo, medios cercanos al oficialismo la emprendieron contra periodistas a los que asociaron con esos ilícitos. En el Gobierno aseguran que no tuvieron nada que ver con eso, y es posible que así sea, pero la historia argentina da motivos para sospechar de alguna relación entre unos y otros. El kirchnerismo usó a los medios estatales y paraestatales para castigar a quienes eran sus críticos. Esta semana se conoció otra solicitada que por los mismos motivos no firmé, pero cuyas ideas generales también podría haber suscripto. El texto sostenía que “las y los periodistas estamos sometidos al escrutinio público y a la ley. No tenemos privilegios. Y no toda crítica, por exagerada o injusta que sea, puede ser considerada como un ‘ataque a la libertad de expresión’”. Se decía que nuestro oficio debe ser ejercido con “profesionalidad, libertad y dignidad”, que en el vínculo con el poder y las fuentes hay “reglas por cumplir” y que la libertad de expresión es una “conquista colectiva”.   Perfil. Esta editorial y sus periodistas estuvimos en la mira del kirchnerismo desde que asumió en 2003 hasta el último día de su mandato. Tenemos la obligación de estar atentos para que eso no se vuelva a repetir. Sería un retroceso para toda la sociedad. Pero también debemos asumir que las tensiones son normales entre periodistas y poder político. Y no todas las controversias deben ser tomadas como un ataque a la libertad de expresión. Durante el macrismo esas tensiones existieron y a veces derivaron o todavía derivan en exabruptos (como el mencionado del diputado Iglesias). O se reflejaban en el hecho de que Mauricio Macri hubiera concedido una sola entrevista a PERFIL a poco de asumir y después nunca más. O que ni él ni Marcos Peña jamás le hayan dado un reportaje a la revista Noticias, a la que Macri llama “Malicias”. Pero, en realidad, nada de eso resultó insoportable o digno de ser denunciado en público. Alberto Fernández era jefe de Gabinete cuando esta editorial debió iniciar una causa por discriminación en la distribución de pauta oficial, que ganaría en 2011, y recién logró que ese gobierno cumpliera el fallo cuatro años más tarde. Durante su gestión y después de ella, sus funcionarios no daban entrevistas y durante años hasta se nos tenía prohibido el ingreso a la Casa Rosada. Por esos motivos, vino al país una misión de la Sociedad Interamericana de Prensa, que emitió un duro documento antes de irse. Tensiones. Pero debemos decir que, desde que Fernández asumió como presidente, eso no está pasando. Existen tensiones y una especial sensibilidad de cierto cristinismo sobre lo que aquí se escribe. Y, al igual que con Macri, hasta ahora ni el Presidente ni su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, aceptaron hablar on the record con la revista Noticias. Tampoco nada que resulte insoportable o digno de ser denunciado en público. Creo que se hace bien en estar atentos para que no se vuelva a usar el poder del Estado para silenciar a los críticos. A su vez, los medios tenemos la obligación de registrar y denunciar que la violencia verbal de dirigentes opositores es la que después explota en las calles, como ocurrió con el ataque a un móvil de C5N.   Los periodistas también debemos asumir que al criticar nos exponemos a que nos critiquen. Y que si nos equivocamos, a que nos lo hagan saber. La libertad de expresión no es solo nuestra. Pero es cierto que quienes comandan el poder político (y suelen ser quienes controlan el poder de policía, del espionaje, impositivo y hasta legislativo y judicial) deben ser más cautos con el uso de ese poder. Cualquiera podría retuitear un video editado con el cruce de Cafiero con Diego Leuco y el agregado de un puño que golpea para enfatizar cómo el funcionario habría vencido en la pelea discursiva con el periodista. Pero si quien lo hace es el jefe de Estado, el RT adquiere dimensión institucional. Hay un sistema político y mediático cuyo negocio es la grieta. No es un negocio espurio en términos de conveniencia electoral o de audiencias. Alimentar a cada sector de la grieta con los mensajes que espera es eficiente en términos de oferta y demanda, pero es una dieta dañina para el país. Odiadores. Este presidente es espejo de una mayoría que compró su discurso antigrieta. Si de verdad cree que sin consenso no hay futuro, debe esforzarse por no caer en la trampa que le tienden desde adentro y desde afuera de su espacio. Tiene el poder para lograrlo y la obligación de hacerlo. La escenificación política del acto del 9 de Julio lo mostró sumando expresiones políticas, empresariales y sociales de distintos sectores. Los periodistas debemos estar alertas, aceptar críticas y transmitir prudencia en esta situación extrema Terminar con los “odiadores seriales”, como prometió ese día, implica que él, sus ministros y los máximos representantes del oficialismo sean fuertes para aceptar las críticas sin reaccionar airadamente y respetuosos para exponer sus ideas. La oposición debería hacer lo mismo. Estamos en un momento extremo, con una sociedad angustiada y sensible. Deben cuidar sus reacciones, sus palabras, las naturales ansias de sacar provecho político de cualquier error del oficialismo, no arrojar leña al fuego. Seguir la actitud razonable de la mayoría de los gobernadores e intendentes de Cambiemos. E ir marginando a los que viven del espectáculo de la polarización. Entre el sálvese quien pueda y el salvémonos todos hay una delgada línea que, aunque sea por un instinto básico de supervivencia, tenemos que obligarnos a no cruzar. La grieta busca grietas donde no las hay. Si la dejamos que regrese, ni siquiera los que hoy hacen negocio con ella se van a salvar.

Fuente: Perfil.com

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