Matar a la clase media para terminar con la democracia

La encomiable búsqueda del mérito –como medio del progreso individual- es el valor central de la clase media argentina. Es el corazón de un sueño colectivo que agoniza desde hace décadas y que entró en una desesperante espiral descendente. La lengua suelta del Presidente fallado clavó un puñal en el punto de mayor dolor de la Argentina enferma.

La clase media, empobrecida por ingresos que se achican hace décadas, sostiene servicios públicos de baja calidad con sus impuestos, paga por servicios privados carísimos y recibe jubilaciones miserables. Hace todo y de todo para que no la expulsen del mapa social. Nunca perdió las aspiraciones de ser mejor, cosmopolita, liberal, abierta, competitiva y productiva.

Se sintió harta e insultada por el saqueo de lo público, por la toma de alumnos y buenos maestros en manos de oligarquías sindicales de ética dudosa, y, por la extracción descontrolada de impuestos para financiar los lujos de una casta que se esfuerza por incumplir el camino trazado por la Constitución.

La clase media, huérfana de la política partidaria desde 2001, construyó una alternativa de poder desde rutas y plazas. Lentamente se apropió del espacio público para hacerse oír y custodió elecciones con fiscalizaciones históricas garantizando la transparencia del voto propio y del ajeno. Acomodó con su demanda clara la oferta electoral de sectores políticos democráticos y les recordó que su ombligo no es lo más importante. Se ilusionó y enorgulleció al grito de “Argentina, Argentina”, con la foto del G20 en el hermoso y opulento Teatro Colón. A pesar de sus penurias económicas, insistió apoyando una idea. Sí, se puede. Duele, es sacrificado, cuesta pero se puede.

La alianza fatídica entre algún sector de la élite empresarial y el profesor de traje gris junto al garante de Tigre abrió la puerta a la restauración del proyecto autoritario. La hidra escondida sabía y sabe lo que quiere y no parará hasta terminarlo.

Como sostienen Levitsky y Ziblatt, las democracias modernas mueren lento. Es difícil darse cuenta de qué hecho las mata porque los golpes de Estado militares no se usan más. Son fallas múltiples y graduales. Con la democracia muerta, reina la hidra en las sombras que planea venganza, pobrismo y un capitalismo nacional y popular mal terminado de empresas estatales ineficientes y de amigos testaferros. Lo poco que quede, será extraído, confiscado y distribuido entre la casta con privilegios.

La clase media sabe que, una vez más, está bajo fuego. Y con ella en la mira, se ataca el sueño argentino. Aquel que convocó y convoca a generaciones de inmigrantes y migrantes que nos enseñaron y enseñan, con su esfuerzo y sacrificio, que el trabajo y la educación nos hace mejores.

Sabe que el populismo no tolera la opinión libre, la cacerola o la toma de las calles en defensa del sueño de Belgrano, San Martín y Sarmiento. Sabe que el único proyecto que emana desde el poder es la impunidad de los corruptos y el empobrecimiento generalizado para la sumisión eterna. El locuaz miembro del Café de las Palabras Inútiles es apenas una circunstancia práctica para la realización del proyecto de destrucción.

“Armen un partido y ganen las elecciones”. Ese es el lema de los autócratas del siglo XXI que mienten, engañan, ganan y destruyen.

Sin embargo, ya aprendimos que con las elecciones no alcanza para que haya democracia. No la hay sin Estado de Derecho. No hay tampoco capitalismo que genere riqueza, talento y oportunidades, para ser distribuidas. No hay inclusión de pobres, mujeres, niños y viejos en un país gobernado por populistas y mafiosos. Es un país cada vez más pobre el que anuncia el pago de un corte de pelo en doce cuotas como exitosa política de Estado. Mientras, mantiene las escuelas cerradas y los casinos abiertos.

¿Por qué actores relevantes insisten en un “Gran Acuerdo Nacional” con quienes trabajan a destajo para destruirlos? ¿Creen que la firma de un contrato con Fernández, Massa y el Hijo Pródigo mejorará algo? ¿No se dan cuenta de que caerían, una vez más, en la misma trampa que construyó Caldera invitando a Hugo Chávez al baile electoral convencido de que a ese loco nadie lo votaría? Quizás la solución sea más simple y empiece porque todos cumplamos y hagamos cumplir el programa de desarrollo y progreso de la Constitución.

La clase media está llamada a no resignarse y a seguir construyendo una cultura democrática, abierta y republicana. Es su tarea llevar bien alto los valores y el sueño de esa Argentina para contagiar un sentido de libertad y progreso a los que fueron hundidos en el barro de la informalidad y la pobreza extrema. Nada puede distraerla en su camino hacia el futuro.

*Politóloga UBA-LSE

Fuente: Infobae.com

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