Jorge Colina. «Los argentinos creen que el país es rico y esperan todo del Estado»

En julio su nombre fue puesto sobre la mesa por Domingo Cavallo, exministro de Economía, como parte de un dream team de economistas cordobeses capaces de arrimar alguna ayuda al equipo económico frente a la crisis. Desde el Gobierno miraron para otro lado. Jorge Colina, líder de los equipos técnicos del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa), es señalado desde el oficialismo como un referente del neoliberalismo, un nostálgico de los 90.

Máster en Economía por la Universidad de Georgetown y en Finanzas por la Universidad de Ámsterdam; profesor de economía laboral y políticas públicas en la Universidad Católica Argentina, docente también de la Universidad Austral, Colina dice que los argentinos demandamos «niveles de consumo que no se sostienen con los niveles de producción del país» y que tenemos expectativas que la economía no puede satisfacer. «La gente, que en su gran mayoría se considera de clase media, presupone que es el Estado el que debe garantizarle ese estatus aun cuando los datos demuestran que eso está lejos de ser real», afirma.

De 2012 a 2020 pasamos del 26% al 41% de pobreza. Sin embargo, el 85% de la sociedad se sigue considerando de clase media. ¿Por qué no nos asumimos como un país pobre?

Hay una creencia generalizada de que la Argentina es un país bendecido por la naturaleza, colmado de riquezas, y eso lleva a dos problemas: a la demanda de niveles de consumo que no se condicen con los niveles de producción del país, y a que la gente tenga expectativas que la economía no puede cumplir. Tenemos entre el 40 y el 50% de la población en la pobreza, difícilmente la mayoría sea de clase media.

¿Tiene que ver con nuestra idiosincrasia o con las promesas de los políticos?

El canto de sirena de los políticos repetido por tantas décadas ha hecho que se convierta casi en una cultura. Lo que vimos con las tomas tiene que ver con eso. No hablo de las que lleva adelante la gente muy pobre, que toma una pequeña parcela para poder vivir porque no tiene acceso a la vivienda. Hablo de lo que está sucediendo en el campo, por ejemplo, donde la gente se considera con derecho a utilizar una hectárea porque cree que el campo es de todos los argentinos. Lo mismo sucede con Vaca Muerta. Cuando salió, lo primero que dijeron los argentinos fue «estaticemos». A partir de ahí, no solo los políticos, los empresarios también, empezaron a gastar a cuenta. Sin pensar que para que haya un Vaca Muerta hay que invertir durante mucho tiempo.

¿Pecamos de ingenuos o de cómodos?

Nadie piensa en que hay que hacer sacrificios para que luego lleguen los beneficios. Por eso los productores agropecuarios están demonizados. La gente cree que disfrutan de una renta que brota sola de la tierra. El empresario tiene que poner plata, poner riesgo. Muchas veces cae piedra y pierde todo. Miran cuando un empresario se compra una 4×4, pero nunca cómo trabaja. Los argentinos tienden a creer que el país es rico y que debería ser generoso. Quieren recibir las cosas casi gratis.

¿Tiene esto relación con la vieja ilusión de movilidad social?

En cierta forma, sí. Aun cuando muchas familias, en las últimas generaciones, no hayan experimentado ningún tipo de movilidad social. Quedó en el imaginario colectivo, posiblemente por la palabra de los abuelos, esa imagen de que somos una tierra de oportunidades. Lo fuimos, pero hoy la Argentina no crece en términos per cápita. Hay períodos de bonanza económica, por ejemplo de 2004 a 2012, donde vuelve esa ilusión. Pero tienen que ver con las condiciones de los términos de intercambio con el mundo. Hoy muchos esperan casi como un milagro que eso mismo se repita.

Hace unas semanas, el presidente Alberto Fernández dijo que «devaluar es fácil pero es una máquina de generar pobreza». ¿Por qué, sin embargo, hay tanta gente que espera una devaluación?

Tiene razón el Presidente. Devaluar es un trámite administrativo que empobrece a mucha gente. Sin embargo, la devaluación muchas veces es inevitable. Este puede ser el caso hoy. En los primeros nueve meses de 2020, las exportaciones cayeron un 12% y hasta agosto, las importaciones también venían en picada a razón del 24%, por la caída del consumo. Se formó un pequeño superávit comercial y todo el mundo confió en que si seguimos así no tendríamos una gran crisis cambiaria. En septiembre las importaciones crecieron, sin una reversión del consumo. ¿Qué significa? Que los agentes económicos están comenzando a adelantar importaciones. Se la vieron venir y dijeron: «Comencemos a importar ahora porque en algún momento va a haber una devaluación». Así es como nacen las profecías autocumplidas. Si las importaciones siguen subiendo, el tipo de cambio oficial se va a devaluar casi solo, no por la decisión de un funcionario. De hecho, en 2014, al entonces ministro de Economía Kicillof la devaluación le llegó contra su voluntad.

La Argentina es un país con devaluaciones empujadas por los que quieren ahorrar en dólares y sufridas por los que no tienen ahorro.

El problema de fondo es la inflación. Hace 60 años que tenemos una inflación altísima. Y cuando hay inflación la gente tiende a ahorrar en dólares, que es la moneda que se fortalece cuando la inflación deteriora el peso. La política más progresista es la estabilidad económica. Después, plantear cómo distribuir un poco mejor en favor de los que menos tienen. No se puede ser progresista e inflacionario. Es una contradicción. Acá traería a colación lo que sucedió en Uruguay en 2005, cuando por primera vez asumió el Frente Amplio, una coalición de izquierda integrada entre otros por el Partido Comunista. Más allá de su ideología, fueron muy cuidadosos con el tema de la inflación y del déficit fiscal, y eso trajo estabilidad y confianza. Los inversores decían: «Si los zurdos son conservadores desde el punto de vista fiscal y cuidan de no tener inflación, este es un país confiable». Por eso Uruguay, durante diez años seguidos, creció muchísimo. Pudo repagar su deuda reprogramada y hoy es el país con el producto bruto interno per cápita más alto de la región. Casi el doble del que tiene la Argentina y más alto que el de Chile, que siempre fue la vedette de la región.

Acá siempre se hace difícil saber qué es primero, si el dólar o la inflación.

Todo nace con la inflación. Si no existiera, la gente ahorraría en pesos. En la década del 90 habían empezado a hacerlo, pero cuando vino la devaluación, es cierto, se perdió toda esa recuperación de la cultura en pesos. Es imposible pedirle a la gente que ahorre en pesos cuando hay alta inflación. Si hasta los funcionarios de todos los gobiernos ahorran en dólares, ya que es lógico que quieran cuidar los ahorros para su familia. En las décadas del 70 y el 80, todos los países de la región tenían problemas de alta inflación y todos los latinoamericanos ahorraban en dólares. Luego Chile comenzó a hacer bien los deberes. A partir de la década del 90, todos los países empezaron a respetar la estabilidad. Pero después de 2002, la Argentina volvió a la fiesta inflacionaria y todos los países de Latinoamérica continuaron siendo estables. En Bolivia, con su gobierno multiétnico. Evo Morales innovó en muchas cosas, en lo único que no innovó fue en volver al déficit fiscal. Hoy todos los países ahorran en su propia moneda. En cambio, los argentinos volvemos a mentirnos, volvemos a creer que emitir dinero es gratuito y que así podemos generar riqueza. Hoy por hoy somos los únicos que ahorramos en dólares.

Somos víctimas recurrentes de la desconfianza. ¿Ya es un mal endémico?

Hay mucha hipocresía. Si hasta los políticos niegan la inflación que hay, que incluso va a ser más alta que la actual. En los años 80, cuando el problema de la inflación también era endémico como ahora, los políticos hablaban de cómo hacer para frenarla. Hoy nadie habla de eso. El gobierno de Macri hablaba de gradualismo en vez de decir que estábamos teniendo un problema de inflación alta, de déficit fiscal muy grande. Pretendían hacer esos deberes sin que nadie se diera cuenta y me parece que ahora pasa lo mismo. No se quiere hablar de la inflación. Se cree que la crisis cambiaria es un golpe político. Y no se dice la verdad. Tener un déficit fiscal de 4% del PBI sin pandemia, de 8% con pandemia, es lo que nos está llevando a un problema severo de inflación. Y lo que nos va a llevar a una gran crisis cambiaria.

¿Por qué en la Argentina los presidentes se resisten al asumir a empoderar a sus ministros de Economía?

Lo que se le debe dar a un ministro de Economía no es poder sino autoridad. La realidad es que de ninguna manera el ministro de Economía tiene todo el poder, de hecho no puede manejar los presupuestos de los demás ministerios. En la medida en que los otros ministros no tomen conciencia de que tenemos un déficit fiscal infinanciable, el déficit fiscal va a seguir. Lo estamos viendo. Todo el mundo sigue gastando como si el país tuviera superávit cuando en realidad deberían estar racionalizando el gasto. Pero este es un trabajo de todo el gabinete, no solo del ministro de Economía.

¿Cuánto inciden para crear este clima económico las disputas internas en el Gobierno y los embates contra la Justicia?

Generan mala imagen en los que tienen que hacer las inversiones. Si pueden mover los jueces así nomás, por capricho, qué no pueden hacer con una inversión. Si, además, una persona allegada al Gobierno toma una tierra y ningún funcionario señala que se equivocó, es lógico que crean que la Justicia no funciona. Así, el gran inversor mantiene sus dólares afuera. Lo mismo está sucediendo con Vaca Muerta. Se pararon las inversiones porque no tienen ni idea de hacia dónde va la Argentina. Esto es lo que sucede con la falta de confianza. No es que tema que lo vayan a expropiar, sino que cree que tendrá problemas para producir normalmente.

¿Y cuál es la salida?

Vamos a empezar a salir adelante cuando los gobernadores asuman su verdadera responsabilidad que es gobernar y no esperar que llueva todo de la Nación. El ejemplo más practico lo tuvimos hace unos días en Entre Ríos. Había una disputa por un campo y el gobernador ni se expidió. Hasta el propio damnificado pedía que se expidiera el Presidente, cuando un problema de territorio es un problema provincial. Y lo mismo sucede en el caso de las retenciones a las exportaciones, donde un gobernador no se preocupa mucho por las inversiones que ocurran en su territorio porque en definitiva depende de la coparticipación. Lo que no le alcanza de la coparticipación que recibe se lo pide al Presidente. Lejos de angustiarse por la producción de sus provincias, los gobernadores solo quieren hacerse amigos del poder nacional de turno. Eso no es federalismo. Las provincias no ponen lo suyo para sacar adelante el país. Van a pedir al Estado nacional, que hace políticas no productivas sino redistribucionistas. Le doy a este que es mi amigo, a aquel que me va a hacer un favor. Con Vaca Muerta, las provincias se pusieron contentas porque vieron plata que iba para ellas. Pero era plata que debería ser solo para Neuquén. Lo mismo sucedió con la crisis del campo en 2008. Los gobernadores recién se preocuparon por las retenciones cuando les cortaron las rutas, pero no porque eran confiscatorias. Hay que eliminar la coparticipación federal y redistribuir las potestades tributarias. No va más el esquema de recauda todo la Nación y después reparte.

¿Por qué no se presentan alternativas desde lo partidario para salir de la crisis?

Hoy las propuestas deberían hablar de sacrificarse y trabajar. Como la gente ya está perdiendo mucho por la crisis, ningún político encuentra la forma de pedir más sacrificio. Hay que sincerar las cosas y decir que los sacrificios de hoy son al vicio, porque no nos llevan a cambiar nada. Hay que hacer sacrificios pero para salir adelante. Tenemos que eliminar el déficit fiscal. Va a ser duro, muchos van a ganar menos, pero será para tener una economía más estable y sin inflación que nos permita volver a crecer. El sacrificio que impone la inflación es ineficiente y no lleva a la salida.

 

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