La guerra sucia de la pandemia

La Argentina se ha situado un lugar degradante en lo que tiene que ver con la pandemia, los contagios y las víctimas. No hay forma de explicar y ser creída que el virus sorprendió al país y al Gobierno con los perros atados. Es más: resulta mucho peor. Tendría que callar y limpiarse de lo que no fue capaz un país que lo necesitaba: poner el problema a funcionar un acuerdo general que suspendiera la lucha política en ese punto, concentrarse y desintoxicarse de ella. Pero no fue así.

Cualquier conjetura sobre si el período de Macri lo hubiera hecho mejor o peor no tiene sentido. Lo que hay es una pelea política con centro en la pandemia que se hará mayor con los días de descuento hasta las elecciones. No hay retorno, no se puede devolver ese envase. Una mirada a países con mucho castigo y precio por el ataque pero con muchísima democracia entre pecho y espalda lo hicieron así. No por una rápida transformación sino por el hecho de que había algo común. Apaciguamiento de los opositores, unificar- no todo, no un silencio del tipo manejen ustedes en todos los aspectos –pero sí un cierto silencio de convencimiento. Primero la pandemia, un poquito con fuerza de contienda en tanto porque la vida corre mientras tanto en asuntos de ideas y poder, aunque siempre sin emplear una guerra sucia sobre vacunas y salud general como nadie puede negar que ocurre entre nosotros. No hubo capacidad ni ideas para formalizar un mando unificado, ya que les gusta tanto equiparar al COVID-19 con una guerra –¡ todavía se escuchar decir que es un ´´enemigo invisible”!-, y se produjeron hechos que a la distancia producen sonrojo. O pena.

Las presentaciones con la troika Provincia, CABA y Gobierno Nacional, turnándose y a la vez en inocultable competencia en medio de datos y cifras que algunos casos alcanzaron imprecisiones y errores asombrosos y otros una arrogancia inaudita. La discusión tan larga como la misma cuarentena en la que se persiguió con un helicóptero a un remero que intentaba entrenarse para los Juegos Olímpicos sin dejar por alto a Sara Oyuela, de 85 años, su rebelión a dejar su reposera al sol en los bosques de Palermo, el debate “científico” sobre los runners, la legión de infectólogos, los detenidos , los cierres de fronteras entre provincias, los muertos sin investigaciones satisfactorias en varios lugares del mapa, Formosa.

El Congreso sin una orientación específica al respecto, la frustrada negociación de Pfizer no se sabe con claridad las razones, las vacunas para los amiguetes y como factor político como intercambio dirigidos a militantes eufóricos, el episodio de la vacunación de padres como en el caso de la doctora Vizzotti aún cuando en situaciones como esa no pondría allí un puritanismo extremo dentro del campo ético: es probable que unos cuantos ministros de Salud habrían hecho lo mismo a escondidas en otros sitios.

El rollo espinoso, con discursos paternalistas o enconados, el problema central fue atropellado por una guerra sucia. Quedarán sus huellas cuando la mayor vacunación parece avecinarse y aliviar en alguna medida un avance sanitario, no sin acompañarlo la pobreza creciente, las malas compañías del barrio latinoamericano que hacen de plastilina los derechos humanos a voluntad, la rumorosa apatía de los cansados del camino. Quedarán como lo que en la Argentina, vaya uno a entender cómo, excepto una vertiginosa voluntad autodestructiva, la guerra sucia de la pandemia empezó sin tardanza en viajar desde el esperpento hasta las lápidas.

Fuente: Infobae.com

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